Decenas de cuerpos inertes están amontonados entre polvo y cajas de cartón carcomidas por los años. En el techo cuelgan torsos, algunos son de niños con ojos azul cristal. Federico Domínguez Valdez está parado en medio de ellos, fuma un puro y toma una cabeza entre sus manos, se miran de frente.
El Gamuza, como lo conocen en la Plaza de Toros, “da vida” a estos cuerpos desde hace 40 años junto con sus hermanos, Rafael y José, en el taller que su papá les heredó en 1978: Maniquíes Gamuza, ubicado en la calle de República de Perú 45, en el Centro Histórico.
https://youtu.be/PH2ZCXnXP8Q
En la pared de la fábrica de maniquíes está enganchado un cuadro con un billete de 10 pesos, fue el pago que su papá, Rafael Domínguez, recibió en la primera restauración que hizo en este lugar a un Niño Dios, en 1960. A un lado cuelgan unas 100 banderillas que se usan en la tauromaquia para avivar a los toros; la historia de la familia Domínguez también inició en el ruedo.
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Foto: Pablo Salazar[/caption]
“El sueño de mi papá era ser matador, fue un vago, siempre iba de pueblo en pueblo intentando entrar a las toreadas, pero antes tuvo que ganarse la vida y fue ayudante en la primera fábrica de maniquíes de México, eso por el año de 1937, cuando era un niño”, cuenta Gamuza, mientras mezcla con un palo de madera, resina con fibra óptica en un bote de plástico.
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Foto: Pablo Salazar[/caption]
Igual que su papá, Federico tiene una historia doble, de martes a sábado es artesano de cuerpos inertes y los domingos y lunes, es monosabio en la Plaza de Toros: ayuda a que el matador no sea presa del toro, lo asiste en su jugada.
El taller huele a silicón y a humo de cigarro. Gamuza explica que para moldear la base de un maniquí es necesario realizar esa combinación y, después, lijar y resanar con agua de cola. Los primeros que se fabricaron estaban hechos a base de yeso. “La fibra de vidrio es el alma de un maniquí”, dice el artesano, el cual permite a estos cuerpos vivir de siete a ocho años.
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Foto: Pablo Salazar[/caption]
Después de dar forma a los moldes, los cuerpos pasan a cirugía, con Rafael, El Güero, como lo conocen en el barrio de La Morelos, colonia donde los hermanos Gamuza viven desde niños. El Güero les da color, pinta sus labios, pone ojos y pestañas, los embellece. Aquí no hay discriminación, hay pieles negras, bronceadas y blancas.
Los hermanos han tenido que luchar con la industria china: los maniquíes orientales se venden a mitad de precio en la misma zona, sólo que estos están hechos de plástico y son todos iguales. Los de los Gamuza tienen personalidad, tanto así que se han hecho réplicas de la figura de María Félix, Lucía Méndez y Francis, la actriz travesti.
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Foto: Pablo Salazar[/caption]
Debajo de las banderillas taurinas se encuentra una fotografía en la que Federico porta un traje de pachuco color mostaza con una camisa morada. “Aquí estoy dando una entrevista afuera de la Plaza de Toros, viéndolo bien, hasta parezco maniquí”, dice entre risas.
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Foto: Pablo Salazar[/caption]
A un costado también está la placa del día en que el taller nació: 2 de febrero de 1963. “Nosotros iniciamos este oficio porque mi papá prefería que estuviéramos jugando aquí que, en la calle, a mí me gusta pensar que todavía es un juego, nos seguimos divirtiendo y no estamos tan solos (risas)”, dice El Güero.
Por Scarlett Lindero




