Desde Gustavo Díaz Ordaz hasta Enrique Peña Nieto, los periodistas documentaron las “historias incómodas” del núcleo familiar de estos personajes en la revista Quién, las cuales presentan en el libro 'Así en Los Pinos como en la Tierra' (Océano, 2017).
¿Cómo seleccionaron a estas familias?
Evidentemente en el libro no viene una anécdota con Gustavo Díaz Ordaz, sino con sus descendientes. Es una la relación que tuvimos durante una década que estuvimos como editores de la revista Quién, a la que alguna vez Monsiváis llamó “la crónica de los que ostentan el poder en México”.
¿Qué es lo complejo de este enfoque rosa?
Existe “el chayo emocional”. Antes los políticos se abrían de tal forma que te hacían sentir parte de su familia y se creaban ciertos vínculos (en mi caso no), que terminan en lazos de amistad, lo que es uno de los mayores riesgos de este tipo de periodismo.
¿Qué tanto se “desnudaban” estos políticos?
Lo hacían sobre todo en épocas electorales. Cuando estos personajes aspiran a llegar a un cargo público particular, se hace un matrimonio post-convivencia con la revista. Nosotros también sacábamos todo de ellos, historias de sus familias, de sus hijos, sus casas, sus álbumes, su infancia. Ellos a su vez obtenían a cambio ese reflector que buscaban en el público no politizado. De tal forma que lo puedo decir con todas sus letras: tuvimos un matrimonio con ellos por conveniencia.
Narras tu encuentro con Enrique Peña Nieto, ¿fue difícil?
No fue un trabajo sencillo. Por más de un año tratamos de establecer contacto con él; una vez que lo tuvimos, fue un encuentro memorable, porque se dejó de ver el político más allá del personaje. Este es uno de los capítulos que me parecen más interesantes, ya que estamos viendo a alguien previo a llegar a la presidencia. Ahora, creo que el Presidente es otra persona al retratado en el libro.
¿A qué te refieres con "otra persona"?
Está retratada en la portada del libro. Todos estos presidentes, en el momento en que ocupan la silla presidencial, se convierten en otras personas. La silla presidencial se los come. Los devora.
Por: Scarlett Lindero